Mis alumnos, y cualquier otra persona en
cualquier organización no comprenden a menudo la índole del compromiso y del
esfuerzo.
Y, desde luego esto es estimulado especialmente
por los comentaristas sofisticados o aprovechados, en parte beneficiarios de
esta “cultura” del hable sin saber, y del “venda chatarra”.
Es que cada uno de los papeles que nos ha tocado
o se nos ha asignado donde nos toque actuar es, definitivamente, un papel
profesional.
El mismo puede ser cumplido bien o mal, y la capacidad
de cada uno para hacerlo está relacionada estrictamente con su potencial y
personalidad, si la tiene.
Las personas que no logran lo que quieren con
rapidez, egoístas, se sienten profundamente infelices, y su destino es
compartido por los avariciosos, miserables, arrogantes, delincuentes y
paranoicos.
Son estos los que empujan, y al cabo casi
siempre logran extender el facilismo, y las fronteras de la ley del menor
esfuerzo.
Esto es así porque, desde que yo tengo uso de
razón (¿cincuenta años?) los gobiernos han fomentado esta posición logrera, con
algunas breves y fugaces excepciones.
Y no ha sido en vano, ya que es a esos personajes
a los que les ha ido mejor, por lo menos económicamente.
Lo que no es poco aunque no lo único ni lo
principal, por lo menos para mí.
Este cuadro me hace pensar que no hay cambios
posibles de ninguna clase, ni ahora ni nunca; lamento haber llegado a pensar eso.
Esa es una de las razones por las que yo sugiero
que, si hay quienes pretenden, no obstante modificar lo que pasa, es mejor no
anunciar “grandes y trascendentes” cambios culturales.
Como nada es definitivo, sean más discretos.
Porque la publicidad aviva y
alerta a los NO GILES que están esperando agazapados para volver, o para
aumentar lo que ya tienen.
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