miércoles, 9 de mayo de 2018

A MIS ALUMNOS, AUNQUE NO SOLO A ELLOS...

Mis alumnos, y cualquier otra persona en cualquier organización no comprenden a menudo la índole del compromiso y del esfuerzo.

Y, desde luego esto es estimulado especialmente por los comentaristas sofisticados o aprovechados, en parte beneficiarios de esta “cultura” del hable sin saber, y del “venda chatarra”.

Es que cada uno de los papeles que nos ha tocado o se nos ha asignado donde nos toque actuar es, definitivamente, un papel profesional.

El mismo puede ser cumplido bien o mal, y la capacidad de cada uno para hacerlo está relacionada estrictamente con su potencial y personalidad, si la tiene.

Las personas que no logran lo que quieren con rapidez, egoístas, se sienten profundamente infelices, y su destino es compartido por los avariciosos, miserables, arrogantes, delincuentes y paranoicos.

Son estos los que empujan, y al cabo casi siempre logran extender el facilismo, y las fronteras de la ley del menor esfuerzo.

Esto es así porque, desde que yo tengo uso de razón (¿cincuenta años?) los gobiernos han fomentado esta posición logrera, con algunas breves y fugaces excepciones.

Y no ha sido en vano, ya que es a esos personajes a los que les ha ido mejor, por lo menos económicamente.

Lo que no es poco aunque no lo único ni lo principal, por lo menos para mí.

Este cuadro me hace pensar que no hay cambios posibles de ninguna clase, ni ahora ni nunca; lamento haber llegado a pensar eso.

Esa es una de las razones por las que yo sugiero que, si hay quienes pretenden, no obstante modificar lo que pasa, es mejor no anunciar “grandes y trascendentes” cambios culturales.

Como nada es definitivo, sean más discretos.

Porque la publicidad aviva y alerta a los NO GILES que están esperando agazapados para volver, o para aumentar lo que ya tienen.

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